Wednesday, March 06, 2013

La corrupción vaticana por Jaime Richard


Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)
Erasmo de Rotterdam publica en 1511 el ensayo “Stultitiae Laus”, traducido al castellano como “Elogio de la locura”. Inspirado en “De triumpho stultitiae” del italiano Faustino Perisauli, hace un elogio satírico de las supersticiones, de la ceguera y la demencia asociadas, de las prácticas piadosas y corruptas de la Iglesia Católica, así como de la locura de los pedantes (entre los que se incluye el propio Erasmo). El ensayo termina con una sencilla exposición de los verdaderos ideales cristianos. El autor había regresado recientemente de Roma profundamente decepcionado y se había lamentado de la evolución que veía en la Curia Romana…
Aparte del elogio satírico y como tema de fondo que recorre el ensayo, Erasmo atribuye a la facilidad del individuo para engañarse a sí mismo (la estulticia) su capacidad para soportar esta vida descarnada. Yo mismo escribí en 1986 un opúsculo titulado “Elogio de la hipocresía” en el que sostengo que, al igual que el autoengaño hace más soportable a la persona la vida, la hipocresía -la diplomacia degradada- juega un papel esencial para la paz social. Gracias a la hipocresía y al autoengaño la sociedad ha ido distanciándose progresivamente de la caverna y de la horda. El salvaje, ni miente ni engaña. Sin embargo hoy, si el ser humano se engaña a sí mismo para escapar al eventual espanto de su existencia, ya no tolera el engaño ajeno, y menos el de políticos y clerigalla corruptos que mienten al decir solemnemente que están ahí para mirar por su interés…
Lo que nos permite constatar el “Elogio de la locura” es que la corrupción de la Curia no es de hoy: nació corrupta y nunca ha dejado de ser corrupta. Lo que ha sucedido es que a lo largo de los siglos sólo podía saberse algo (y eso entre las castas superiores) por testimonios particulares y aislados que nunca llegaban lejos y apenas salían de los círculos juramentados. Callar, ocultar y disimular quienes estaban y están al tanto de lo que sucedía y sucede intramuros, forma parte de la pompa de sus miembros, incluidos los papas. Sucede allí lo que en todos los círculos de poder, religioso o civil, constituido o fáctico. Pero es que ni un ápice han cambiado las cosas desde los tiempos de Erasmo, por más que la desinformación hoy imposible haya solapado la miseria moral, la estulticia eramista y la depravación vaticanas. Una cosa es que no trascendiera la corrupción, y otra que no existiese. El poder en sí mismo, es corrupto: por acción o por omisión. Y el poder encapsulado en el Vaticano, humano, no es excepción. La honestidad es cosa de miembros aislados a los que el poder mantiene de distintas maneras alejados del foco infeccioso…
Y si digo esto con rotundidad es porque no creo que sea necesario disponer de fuentes más o menos fiables, o tener una dilatada experiencia vital. Basta una natural intuición y un somero conocimiento histórico y antropológico de los grupos humanos que detentan el poder. La mayor parte de la ciudadanía despierta, lo sabe. Nadie de quienes pasan o se hacen pasar por íntegros formando parte del poder, se libra del estigma de la corrupción. Repito, por acción o por omisión. El engaño y el disimulo son los soportes. En todo caso ¿cuánto, de los que estáis leyendo esto y os consideráis íntegros, creéis que podríais durar en los entresijos del poder, de la clase que sea, sin constituiros en azote de la corrupción con fracaso seguro, sin ser destruidos, sin mirar a otra parte -la otra manera ruin de ser corrupto-, o sin huir del poder: lo que ha hecho Ratzinger?
Hay una rendija por donde puede entrar alguna brisa que barra la corrupción. El fenómeno inédito que ha irrumpido en el mundo, modificando profundamente los parámetros del engaño y las posibilidades de desmontarlo: la Internet y las redes sociales que han dado un vuelco al marco y sentido de la sociedad tradicional. El entibado que sostiene el poder empieza a tambalearse, y debido a ello se siente cada vez más inseguro. Y si persiste aquella disposición de siempre del individuo para engañarse a sí mismo, a partir de un cierto nivel de inteligencia ha desaparecido en él la tolerancia a dejarse engañar. Y como todos hemos elevado considerablemente ese nivel informativo e intelectivo individual y colectivamente, quienes desde el poder civil o religioso antes practicaban el ocultismo cerrando los canales de la información para hurtar la verdad a su antojo, hoy día están comprobando que eso ya no les es posible. No obstante, abrasados de codicia o de voluntad de poder, los dirigentes vaticanistas, los dirigentes de las naciones por separado y los prestidigitadores de las finanzas y de la economía mundial siguen apoyándose en la estulticia eramista del ser humano. Por eso aún no se percatan de la enorme fuerza que las masas, sin necesidad de emplear la violencia material, empiezan a cobrar gracias a las modernas tecnologías. Esa fuerza, frente al poder civil, se traduce en la práctica en la protesta sin pausa, en forma de gota malaya, y frente al poder religioso, en la deserción progresiva y masiva de los fieles.
Da la sensación de que empieza un mundo invertido; un mundo en el que los que carecían de verdadero talento se han infiltrado en la política para acaparar “la razón” sin posibilidad, hasta ayer, de respuesta. Pero hoy las redes sociales les van empequeñeciendo cada día, descubriendo poco a poco el hueso sin carne de su estupidez. Cada vez se hace más visible que su “razón” sólo dependía del boato y de la brutalidad de gendarmes y guardaespaldas. Pero la “razón”, ya, es patrimonio de todos y está principalmente del lado de la ciudadanía….
Por todo ello ¿cómo es posible que en estos tiempos no se percaten ni el Vaticano entero ni el papa saliente, de que el lujo y la ostentación de que vienen haciendo gala durante los mil quinientos años que tiene el catolicismo es un insulto a la humanidad doliente, a la humanidad sensible y a la humanidad juiciosa que ya nadie soporta? ¿Cómo pueden extrañarse de que retroceda de manera escandalosa el catolicismo? Y retrocederá más. Retrocederán su pensamiento, los feligreses y las vocaciones. Hasta tal punto que harán absurda o ridícula la institución. Pues, ¿no es ya una certeza cegadora que para creer en Dios, para dialogar con Él y reconfortarse de Él, sobran los intermediarios, el aparato de la Curia y el papado? Tras su ancestral tendencia persecutoria de infieles y tras sus intrigas y maquinaciones seculares dentro de los muros del Vaticano, llegan noticias de corrupción generalizada de varios cardenales y especialmente de los papables italianos… El Vati-sex y la pederastia de sus clérigos son leit motiv de conductas que ya no pueden olvidarse. No es que de repente se sepa que la Curia está corrupta, como ha comprobado el Ratzinger intelectual, es que la Curia siempre lo ha sido.
Concluyamos que efectivamente la estulticia nos permite vivir sin desesperar. Más y mejor que la fe en un ser hipotético supremo. Porque este milenio es el milenio de la “Verdad”. Y aunque seguirán intentando engañarnos, cada día es mayor el desprecio tanto hacia los que detentan el poder político y económico, como hacia el religioso de la Curia vaticana. Está a punto de sentarse en su trono “Petrus Romanus”, el último papa. Y con él llega el final de los tiempos, según uno de sus santos: San Malaquías. Amén.
Jaime Richard es antropólogo y jurista.
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